¿Es posible ser una especie de híbrido entre humano y robot, algo así como un Robocop humanizado, y a la vez ser el policía más patoso del planeta? Por suerte para quienes crecimos en los años 80, la respuesta es que sí.
Tengo que confesar que he tenido la fuerte tentación de no añadir nada más —salvo el vídeo— al párrafo que abre esta entrada. Me parece que no hay nada que pueda escribir y que defina mejor el espíritu del Inspector Gadget, aquel detective torpe y despistado, pero equipado con todo tipo de cachivaches —los gadgets que tanto nos gusta asociar con la tecnología actual—, la mayoría de los cuales salían de su sombrero y le permitían desarrollar su trabajo que siempre llegaba a buen puerto gracias a la inestimable ayuda de su sobrina Sophie —armada con su inseparable libro ordenador, quizá un primitivo iPad— y su fiel e inteligente perro Sultán.
Las transformaciones de su furgoneta en un impresionante deportivo, el Jefe Gotier sufriendo las consecuencias de los mensajes autodestructivos que entregaba a Gadget, el malvado Doctor Gang acariciando a su gato y huyendo enfadado al final de cada historia o los consejos de seguridad con los que acababan todos los episodios, junto a frases tan míticas como «¡Adelante gadgetocóptero!» en la voz del inconfundible Jordi Estadella, son imágenes que nunca olvidaremos.
Como el francés inventado con el que, casi con total seguridad, todos cantamos alguna vez su inolvidable sintonía: «(Go go) Gadget à main / (Flash) Gadget au chapeau / (Hey ho) Gadget au poing / (Oh la) Elastico-Gadget».
El Inspector Gadget, Créditos de apertura, 1983-86.