Archivos para la categoría: Minutos musicales

«Aire,
Soy como el aire,
Pegado a ti,
Siguiéndote al andar.

Porque te juro que soy aire.
Soy como el aire,
Pegado a ti,
No puedes escapar.
No te resistas nunca.»

Corría 1980 y el cantante barcelonés Pedro Marín triunfaba en las discotecas del país con Aire, una pegadiza canción que probablemente supuso el mayor éxito de su carrera musical y cuya letra posiblemente hoy le supondría un par de noches en el calabozo y una orden de alejamiento que le impediría acercarse a menos de 200 de la mujer a quien le dedicase semejante declaración de acoso.

Y es que sí. Hemos cambiado mucho en los últimos 33 años. Por fortuna.

De la profundidad de la letra la riqueza de su léxico y la originalidad de sus rimas, mejor no hablamos.

Pedro Marín, Aire, 1980.

«Es un huracán profesional que viene y va
Buscando acción, vendiendo solo amor
Aniquilar, pisar por encima del bien y el mal
Es natural, en ella es natural»

La pasada semana, una amiga me comentaba que gracias a una entrada de esta humilde bitácora su hija, que últimamente anda bastante interesada en descubrir los entresijos de la época en la que se desarrolló la juventud de su madre, había descubierto a Tino Casal. Y, decía, andaba alucinada, no sólo por la música, sino, sobre todo, por la estética; por el personaje.

Reconozco que esa confesión me infló un poquito el ego. Sirvió para que pudiese autoconvencerme de que, pese a que en algunos momentos ha resultado agotador, el esfuerzo de los últimos nueve meses ha servido para algo. Y para infundirme las fuerzas necesarias para acometer con bríos los poco más de dos meses y medio que aún me quedan.

En fin, sirvió para que, como le ocurriera al propio Tino Casal en otro de sus grandes éxitos, cayera atrapado en mi propia red. Precisamente por eso, no se me ocurre nada más apropiado para el día de hoy que dedicarle a Eloise. Y sobran más explicaciones.

Tino Casal, Eloise, 1987.

«Amigo Félix, cuando llegues al cielo
Amigo Félix, hazme solo un favor
Quiero ir contigo a jugar un ratito
Con el osito de la Osa mayor»

El —siempre inexplicable— dúo musical Enrique y Ana ha pasado a la historia por canciones infantiles tan incalificables como La gallina Cocouaua y otros éxitos cuyas letras es mejor no intentar analizar. Del mismo modo que es mejor no preguntarse que hacía un veinteañero cantando por ahí con una niña de solo ocho años y por qué fue incapaz de encarrilar una carrera musical en solitario cuando se disolvió el grupo. Y por qué acabó torturándonos como tertuliano de dudosa calidad —definición que en la televisión española actual parece ser un pleonasmo— a comienzos de este siglo.

Pero, a lo que íbamos, quizá la canción por la que este imposible dúo musical será más recordado —con permiso de la gallinita de marras— es la que dedicaron a Félix Rodríguez de la Fuente poco después de su fallecimiento, un suceso que conmocionó a prácticamente todo el país. Con un tono bastante tétrico, el tema pretende homenajear al naturalista, haciendo notar la tristeza que embarga a los animales debido a su ausencia.

Sin embargo, personalmente y a pesar de su loable intención, esta canción siempre me dio muy mal rollito. Porque, ya me dirán qué demonios hace una ballena hablando con un caracol o, lo que es aún más improbable, una coneja y una anaconda. Tan demencial como ir a jugar un ratito con el osito de la Osa mayor.

Enrique y Ana, Amigo Félix, 1980.

«If I listen to your lies would you say
I’m a man without conviction
I’m a man who doesn’t know
How to sell a contradiction
You come and go
You come and go»

El vídeo que traigo hoy corresponde a una de esas canciones que todos identificamos con los 80 más alegres y despreocupados. Posiblemente esa sea la única causa de que aparezca en cientos de listas y recopilaciones de los temas más recordados de la época, a pesar de constituir el único gran éxito del Culture Club del siempre excéntrico Boy George. Porque, aunque constituya un claro ejemplo de one hit wonder, Karma Chameleon siempre será una de esas canciones que despierta una sonrisa cada vez que la escuchamos sonar. Simplemente porque encarna como ninguna otra el desenfadado ritmo de los 80.

Culture Club, Karma Chameleon, 1983.

«Estoy llorando en mi habitación
Todo se nubla a mi alrededor
Ella se fue con un niño pijo
Tiene un Ford Fiesta blanco
Y un jersey amarillo»

A mitad de los años 80, tener un Ford Fiesta —aunque fuese de primera o, si acaso, segunda generación y de color blanco— era probablemente estar a la última y casi con total seguridad convertiría a su flamante propietario en una de las personas más populares de su barrio, capaz de levantarle la novia a cualquiera. Que no tuviera otro Ford Fiesta o, quizá, un Renault Supercinco.

Precisamente eso fue lo que le pasó a un joven David Summers que, lejos de vengarse del niño pijo, destrozándole el coche, llenándole el cuello de polvos picapica o quemándole su jersey amarillo, decidió contarlo en una canción que acabó lanzando a Hombres G al estrellato. La venganza, en cambio, se plasmó un par de años después en una película autobiográfica de la que hablaremos en otro momento.

En cualquier caso, visto el éxito posterior de la banda, si yo hubiese sido la chica que dejó a David Summers por el niño pijo del Ford Fiesta blanco y el jersey amarillo aún estaría dándome cabezazos contra las paredes.

Hombres G, Devuélveme a mi chica, 1985.

Interrumpimos nuestra programación habitual y nos desplazamos media década atrás en el tiempo para traer una canción que, por muy beligerante con el laísmo que sea —y los traductores y dobladores de Bones muy bien harían en enterarse de que lo soy—, no puedo dejar de escuchar ningún 9 de noviembre.

Este tema es uno de esos que, no sabes muy bien por qué, lo tienes clavado en la memoria formando parte de alguno de tus primeros recuerdos. De hecho, sé que lo escuché por primera vez en la vieja casa de mis abuelos, por lo que tuvo que se antes de enero de 1984. Lo escuchaba —y probablemente cantaba— alguna de mis tías mientras hacía alguna tarea de la casa y su estribillo, entre melancólico y esperanzador, me debió de dejar bastante impresionado, aun sin ser capaz de entender su significado.

Tiempo más tarde, pero todavía en los 80, La Década Prodigiosa lo incluyó en uno de sus populares popurrís y la sensación volvió. Con el paso de los años, conocí el trágico final de Cecilia, comprendí la triste historia que ocultaba la canción y me siguió gustando. Cada vez más. Tanto, que hoy es ya casi obligado escucharla cada 9 de noviembre.

Aunque eso último es, quizá, porque me recuerda a mis primeros años de infancia, a aquellos irrepetibles momentos vividos en la vieja casa de mi abuela.

Cecilia, Un ramito de violetas, 1975.

«(Turn around)
Every now and then I get a little bit terrified
But then I see the look in your eyes
(Turn around, bright eyes)
Every now and then I fall apart
(Turn around, bright eyes)
Every now and then I fall apart
And I need you now tonight
And I need you more than ever»

Cantar en lo que parece ser un inquietante internado masculino es precisamente lo que hace Bonnie Tyler en el vídeo musical de Total Eclipse of the Heart, probablemente el tema más conocido de la cantante británica y una canción que no puede faltar en ninguna de las recopilaciones de temas de los 80 que de vez en cuando suelo preparar para enchufar en el MP3 del coche.

Incluso, a pesar de los brillantes y turbadores ojos de los que nos habla la canción y que nos dedica la última escena del vídeo, como para indicarnos que, aunque lo parezca, la historia no acaba ahí. Otra cosa no se podría esperar de una de las mejores canciones de los años 80.

Bonnie Tyler, Total Eclipse of the Heart, 1982.

«Yo quiero verte danzar
Como los zíngaros del desierto
Con candelabros encima
O como los balineses
En días de fiesta»

Hace unos meses ya, traía hasta esta página una aparentemente surrealista imitación del intérprete italiano Franco Battiato a cargo del dúo cómico Martes y Trece. Poco tiempo después, volví a escuchar esta canción, publicada originalmente en el álbum de 1982 L’arca di Noè, y tras prestar algo de atención a la letra me di cuenta de que igual lo único surrealista alrededor de este tema no era el sketch de Martes y Trece.

Algo que en absoluto obsta para que esta canción que empieza con ritmos étnicos y acaba a ritmo de vals siga siendo uno de los grandes temas de la música italiana de los años 80. Ahora, que haya envejecido bien es algo que no tengo tan claro.

Franco Battiato, Yo quiero verte danzar, 1986.

«Todo me sabe a ti
Comerte sería un placer
Porque nada me gusta más que tú
Boca de piñón
Bésame con frenesí
Besarte es como comer palomitas de maíz»

En este mundo existen canciones que por alguna extraña razón han pasado a la historia por sus pegadizos —y en ocasiones pegajosos— estribillos, cuando, en realidad, lo mejor de ellas se encuentra en el resto de sus estrofas. Posiblemente este himno que catapultó a la fama a la banda Danza invisible sea uno de los más claros ejemplos de ello. Pocas formas mejores de declarar la devoción por una persona se me ocurren que asegurar que cualquier cosa te recuerda a ella. Incluso —o sobre todo— comer algo tan insustancial y placentero como comer unas simples roscas. Es decir, palomitas de maíz.

Danza invisible, Sabor de amor, 1988.

En los últimos veinticinco años, la intérprete gallega Luz Casal se ha ganado un hueco en la música española gracias a la serenidad que desprenden inmensas canciones como No me importa nada, Piensa en mí, Entre mis recuerdos o la inolvidable versión de Un anno d’amore de Mina que, con el título de Un año de amor, formó parte de la banda sonora de Tacones lejanos, allá por 1991. Por eso, cuando uno recuerda cómo triunfaba con un tema tan rockero e irreverente como el delicioso Rufino, sólo puede exclamar: Luz, quién te ve y quién te ha visto.

Luz Casal, Rufino, 1985.

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