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Posiblemente, el 1 de enero es el día del año que menos quebraderos de cabeza provoca a los programadores de televisión. Concierto de Año Nuevo de Viena, Saltos de esquí, un par de películas insustanciales, un par de Telediarios con las mismas noticias de cada año (primeros nacimientos del año, anécdotas de las Campanadas, servicios que pasaron la noche trabajando, señores rusos que se bañan en aguas heladas, saltos de esquí, Concierto de Año Nuevo en Viena…) y, sobre todo, la repetición del interminable especial de la noche anterior, que llena mucho espacio y permite aliviar la resaca.

Pero como algo de bueno tiene que tener esa política, voy a aprovecharme de ella y, como no pude emitirlo ayer, recuperar un surrealista sketch de la primera noche de 1986, con el que Martes y Trece consiguió dar el espaldarazo definitivo a su carrera. A modo de presentación, podría decir que parodia un famoso programa de radio de la época y en él aparecen, además de Millán Salcedo, una señora de Algete y algo dura de oído, unas empanadillas y dos chicos haciendo la mili en Móstoles.

Pero… ¿acaso existe alguien en este país que no conozca a Encarna de noche y sus inolvidables empanadillas de Móstoles?

Martes y Trece, Encarna de noche, 1986.

Hay algunas series o programas de televisión de los años 80 cuyo argumento o contenido soy incapaz de recordar, pero que, sin embargo, poseen algún elemento —generalmente una música o alguna escena muy concreta— que pueden despertar cientos de recuerdos y evocar en mi interior algunas sensaciones que me es imposible describir con palabras.

Un claro ejemplo de ello es Segunda enseñanza, una serie de 1986 ambientada —y rodada— en Oviedo, que narraba las vicisitudes de una profesora de instituto que se implicaba en las vidas de sus alumnos, más allá de lo que iba incluido en el sueldo y entre cuyos espectadores objetivo, con apenas ocho años, ni estaba ni se me esperaba.

Sin embargo, cada vez que escucho su sintonía y, ya que estamos, veo su cabecera, tan del estilo de las series dramáticas de TVE en los 80 —y, con algunas variaciones, casi siempre con los mismos actores— vuelvo a sentirme atrapado en aquella época y una multitud de recuerdos, inconexos y seguramente dulcificados por el tiempo, me asaltan una y otra vez.

Así que, aunque no recuerdo nada de su desarrollo, tengo su música grabada. Una banda sonora que, al igual que ocurría con la de Anillos de oro, estaba compuesta por Antón García Abril. Y la serie, dirigida por Pedro Masó, con guión de Ana Diosdado. Por lo que se ve, un triunvirato inolvidable.

Segunda enseñanza, Créditos de apertura, 1986.

La inteligencia artificial ha sido un tema recurrente para el cine y la televisión, ya sea con los inquietantemente humanizados robots de la Inteligencia artificial —¡mira tú qué original!— de Steven Spielberg o con el calculador, asombroso y bastante repelente Kitt. Pero muy de estos artefactos pocos serán tan entrañables como Número 5, el torpe robot protagonista de la película Cortocircuito que, diseñado para formar parte de un sofisticado programa militar, adquiere vida propia tras, como Frankenstein, ser alcanzado por un rayo.

La huida de sus creadores, los amigos que hace por el camino y, sobre todo, la evolución y el aprendizaje que experimenta a lo largo de toda la cinta hasta dejar de ser Número 5 y convertirse simplemente en Johnny 5 son quizá lo mejor de una película que, al igual que muchos otros niños de los 80, recuerdo con un gran cariño, pero que, seguramente, hoy no pasaría el examen de mi yo adulto. Y eso que el robot molaba bastante. Y, si no, que se lo digan a los creadores de Wall·e.

Cortocircuito, Tráiler (V.O.), 1986.

En este repaso a los 80 eurovisivos, hoy voy a ser breve, sobre todo porque no hay mucho que recordar de la actuación española en 1986, a cargo del grupo Cadillac —que según Wikipedia se disolvería poco después de participar en el festival— y su tema Valentino. De la canción, que acabó en un discreto décimo lugar —de entre veinte participantes—, con tan solo 51 puntos, sólo voy a decir que uno de los versos de su estribillo siempre me resultó extremadamente lúcido: «Valentino no lo hubiera hecho mejor».

Si lo aplicamos a Eurovisión, mejor apaga y vámonos. O, lo que es lo mismo, dejemos de participar de una vez por todas. Total, el resultado siempre va a ser el mismo…

Cadillac, Valentino, 1986.

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