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Posiblemente los anuncios que protagonizaba el director general de CAMP, Manuel Luque, junto a su marcado acento —que tanto nos recuerda hoy al de Bono, José, no el otro— para intentar promocionar el detergente estrella de su compañía sean uno de los mejores ejemplos de lo que no hay que hacer en publicidad. Y, sin embargo, triunfaron.

Prueba de ello es que se rodaron (y emitieron) muchos. Y todos iguales —de hecho, el que he encontrado no es el original—: un tambor de Colón, Luque en su despacho y su sempiterna frase, que aún hoy sigue siendo repetida hasta la saciedad como uno de los mejores —o, al menos, más recordados— y más efectivos eslóganes de la historia de la publicidad en Ejpaña, perdón, España: «Busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo». Muy seguro tienes que estar de las bondades de tu producto para pedir a tus clientes que lo comparen con la competencia y, si aquella les convence más, te dejen de comprar.

Posiblemente, en cuanto a presentación y mensaje, era la antipublicidad personificada, pero funcionó. Es más, todavía hoy funciona.

Colón fórmula extra, «Busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo».

De entre todos los iconos que creó la publicidad de los 80, posiblemente uno de los más reconocidos —y, por tanto, recordados y repetidos hasta la saciedad— fuese el del mayordomo de la tele, aquel señor de cierta edad y un tanto estirado que hacía pasar la prueba del algodón a cualquier superficie recién limpia para demostrar que aún quedaba suciedad.

Su célebre «el algodón no engaña» ha acompañado al limpiador Tenn —con bioalcohol— a lo largo de casi treinta años, aunque por el camino el mayordomo haya rejuvenecido bastante y el poso de la campaña resulte ligeramente sexista. Eso da igual. Lo único que importa es que tras el paso del mayordomo de la tele cualquier superficie está realmente limpia y lista para superar la prueba del algodón. Y todo empezó así. En 1984.

Tenn, El algodón no engaña, 1984.

Aunque es altamente probable que pertenezca a los primeros años de la década de los 90 —me ha sido imposible datarlo—, no he podido resistirme a compartir la versión de aquel anuncio tan ochentero en el que un intrépido reportero cambiaba a una ama de casa un tambor de su detergente por dos del de la marca que promocionaba —y que, miren por dónde, rimaba con Gabriel—, pasada por el prisma siempre absurdo de los casi siempre geniales Martes y Trece.

Algo que en un principio parece una tarea completamente sencilla acaba convirtiéndose en una auténtica pesadilla para el pobre infeliz encargado de promocionar el detergente Gabriel. Y es que ella, de contenta que está, no cambia su detergente por nada. Ni siquiera por otros tres tambores de Gabriel. Faltaría más.

Martes y Trece, Detergente Gabriel.

No sé por qué, pero los anuncios de detergentes, suavizantes y similares han sido siempre una fábrica de frases y personajes icónicos, destinados a perdurar en la memoria de los espectadores. Desde el «qué suave, ¿es nuevo?» al «¿y mi kimono?», pasando por el borreguito de Norit, el osito Mimosín o los payasos de Micolor, todos ellos se han convertido en auténticos clásicos publicitarios que, además, se han reinventado una y otra vez.

Lo mismo puede decirse que ocurre con aquella inmensa montaña de ropa que, tras ser tratada con el suavizante Vernel, aumentaba ostensiblemente de tamaño, para asombro del comercial encargado de vendernos sus virtudes. Y es que, desde entonces, ya se sabe: la suavidad salta a la vista.

Vernel, La suavidad salta a la vista, 1985.

«¿Y mi kimono?. «Está sucio. Mañana te lo lavaré». Estas dos —en realidad tres— frases bastan y sobran para evocar uno de los muchos anuncios más recordados de los años 80. ¿O es que hay alguien que, a estas alturas, no sepa que Wipp Express «lava casi sin frotar la suciedad que no puede esperar»?

Pues eso, que ahora la suciedad está en el agua.

Wipp Express, «¿Y mi kimono?», c. 1987.

A lo largo de su historia, el mundo de la publicidad nos ha dejado unos cientos de frases y eslóganes que siguen siendo recordados muchos años después de que la mayor parte de la gente haya olvidado la campaña que les dio origen. Para que esto ocurra, no es necesario gastar enormes sumas de dinero en un anuncio completamente original. Es más, me atrevería a decir que el producto que se anuncia es irrelevante. Basta con utilizar una frase que active algún resorte en el público para pasar a la posteridad. Lástima que eso no sea una tarea sencilla.

Sin embargo, el eslogan que nos ocupa hoy lo consiguió. Una simple frase inocente —«Qué suave, ¿es nuevo?»— y que cualquiera de nosotros podría usar en una conversación real, basta para hacer inmortal un detergente recién salido al mercado. Porque, quién no ha respondido nunca «no, lavado con Perlan» a ese comentario. La única pena es que el propio anuncio incluyera la contrarréplica perfecta para el interpelado: «A mano y a máquina».

Y es que no se puede tener todo.

Perlan, Qué suave, ¿es nuevo?, c. 1984.

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