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Ahora que este experimento bloguero se acerca peligrosamente a su final, ha llegado la hora de hacer una pequeña confesión relacionada con Barrio Sésamo, una frustración personal que siempre he llevado conmigo y que, tal vez, este reconocimiento —más o menos— público ayude a mitigar de una vez por todas. Para ello, tenemos que retrotraernos a las primeras emisiones del programa, antes de sus innumerables reposiciones, cuando aún me encontraba en esa temprana edad en la que los límites entre realidad y ficción se encuentran todavía confusos y uno lucha internamente por evitar que terminen de dibujarse.

En ese contexto, una de las habituales canciones con las que concluían la mayor parte de los episodios invitaba a los pequeños espectadores a visitar el barrio para jugar y vivir toda clase de aventuras junto sus conocidos habitantes. Y, en aquellos momentos, con toda mi inocencia soñaba con poder trasladarme hasta la plaza para compartir algún juguete con Espinete o con Don Pimpón. Porque si Ruth y Roberto, que también eran niños de carne y hueso podían, ¿por qué yo no?

Porque, en el fondo, y como ya decía la canción, eso era el Barrio Sésamo. El hogar de la imaginación. Ni más ni menos.

Barrio Sésamo, Todos los del Barrio, c. 1984.

A comienzos de los años 80 la globalización que ha caracterizado el final del siglo XX y el comienzo del XXI apenas comenzaba a intuirse, por lo que tradiciones tan anglosajonas como Halloween aún no habían comenzado su lenta pero imparable colonización de este desamparado país llamado España. Sin embargo, esta circunstancia no era óbice para que una terrorífica Ana y un bastante menos acongojante Espinete nos advirtieran de que no hay que temer a las criaturas espectrales que dentro de unos días recorrerán muchos vecindarios al grito de «truco o trato».

Los fantasmas y las brujas son de mentira, sí, sí, sí. Lo malo es que fuera de la imaginación existen algunos seres reales que asustan mucho más.

Barrio Sésamo, Los fantasmas y las brujas, c. 1984.

Dicen por ahí —y con por ahí quiero decir algunos foros de Internet, con lo que eso tiene de fiabilidad— que uno de los principales motivos por los que Televisión Española no grabó más temporadas de Barrio Sésamo en los años 80 y se dedicó a repetir una y otra vez las decenas de episodios existentes fue que la productora de Sesame Street, la versión estadounidense del espacio, no veía con buenos ojos el cada vez mayor protagonismo que iban ganando las historias protagonizadas por Espinete y compañía. Unos contenidos que, en principio, estaban pensados como pequeños insertos de continuidad entre los bloques de contenido suministrados por la productora internacional, cuyo aumento de importancia iba en detrimento precisamente de esos vídeos, protagonizados por teleñecos, animaciones más o menos psicodélicas o niños tristes por ver llover.

Sin embargo, yo tengo la honda sospecha de que el motivo de la negativa estaba en canciones tan originales —por calificarlas de alguna manera— como aquella en la que Espinete y Don Pimpón se dedicaban a glosar la extraña cualidad de los animales de poseer cuatro patas en lugar de dos pies. Aunque, bien visto está, con una menos tendrían tres.

Barrio Sésamo, Cuatro patas, c. 1984.

Espinete siempre fue conocido por su acusada tendencia a la pereza —había incluso un episodio en el que Ana y Matilde, si no me equivoco, le dedicaban una peculiar serenata cuya letra aún recuerdo perfectamente a cuenta de su afición a pasarse el día durmiendo, pero que por desgracia no parece estar disponible en ninguna plataforma de vídeo— y su gran imaginación. Y precisamente, la conjunción de esas dos cualidades es la que da pie a la canción que protagoniza la entrada de hoy y que demuestra también lo barata e imaginativa que debía de ser la producción de Barrio Sésamo.

Tan sólo dos personajes y unas cuantas piezas de contrachapado bastan para trasladarnos a un genuino galeón pirata en el que surcar los siete mares.

De por qué me he acordado de esta canción precisamente ahora que ando visitando la capital del Reino Unido, un país mundialmente conocido por haber sido la patria de toda clase de corsarios, sinceramente, no tengo ni idea.

Barrio Sésamo, Capitán Pirata, c. 1984.

Desde Espinete a Don Pimpón, pasando por la animada vecina Ana, todos los principales personajes de Barrio Sésamo tenían su propia canción, con la que explicaban su vida a los pequeños seguidores del programa, a la vez que aclaraban un poco su función en la serie. Y, Chema, el entrañable panadero del vecindario no iba a ser una excepción. Interpretado por el desaparecido Juan Ramón Sánchez, a la sazón pareja sentimental de la actriz Chelo Vivares, que daba vida y prestaba voz a Espinete, —ignoro el motivo— este personaje fue siempre fruto de las más diversas y absurdas teorías acerca de sus gustos y actividades.

Por suerte para el panadero, los que éramos aún niños en aquella época, todavía no conocíamos el significado del concepto de zoofilia.

Barrio Sésamo, Panadero soy, c. 1984.

Muy a mi pesar, tengo que reconocer que no todos los conocimientos que nos transmitía Barrio Sésamo en nuestra infancia eran positivos. Ahora que he revisitado algunos de sus pasajes en YouTube, me he llevado la triste sorpresa de descubrir de qué forma tan extraña entendían que debía de haber sido la vida prehistórica, formada por bandas de trogloditas tragones, que comían mamuts con mucha salsita, cazaban mosquitos, vivían en cuevas como los hurones y pintaban bisontes en los desconchones. Para que luego nos sorprendiera el escaso rigor de Parque Jurásico.

Lástima que otros mucho más míticos y recordados —e inofensivos— no estén en la red. Me ahorraría tener que compartir estos disgustos con ustedes.

Barrio Sésamo, La banda de los trogloditas, c. 1984.

«Si te encuentras malo y sientes un dolor
O tienes dos catarros o tres golpes de tos
Es mejor que vayas y te vea un buen doctor
Él es muy amable y te ayuda a estar mejor»

Con canciones como esta que interpretaban Ana, Chema y Espinete a ritmo de rock esquizofrénico pretendían en Barrio Sésamo acabar con ese miedo irracional que los médicos despertaban —y aún despiertan— en muchos niños y no tan niños. Sin embargo, no sé yo si la caracterización ochentera del médico y su enfermera, con esas batas verde quirófano tan poco tranquilizadoras —de lo de ponerle, así, en antena y delante de todos un supositorio a Espinete, mejor no hablamos.—, ayudarían mucho a lograr el objetivo.

Eso, por no mencionar a aquellos con los que se pasaron de frenada y acabaron convertidos en hipocondríacos agudos que no dejan de visitar a diario a su médico de cabecera por culpa de esta canción. Tal vez, Barrio Sésamo sea el culpable del colapso de la Sanidad y nadie se haya dado cuenta todavía. Con lo bien que le vendría al Gobierno para desviar responsabilidades…

Barrio Sésamo, El doctor, c. 1984.

Es innegable la labor educativa que durante todos sus años de emisión realizó Barrio Sésamo. Desde el incansable —aunque cansino— Coco enseñando la diferencia entre arriba y abajo o cerca y lejos, al conde Draco contando hacia delante y hacia atrás, pasando por los habitantes españoles —y humanos— del barrio que, junto a Espinete y Don Pimpón, instruían también en muchos aspectos prácticos de la vida. Como en el vídeo que traigo hoy, en el que junto a Ana nos advierten de que nunca hay que cruzar la calle a ciegas, sino que hay que mirar a la izquierda y a la derecha.

Y a la izquierda de nuevo, añado yo. Salvo que estés en el Reino Unido, que es al revés.

Barrio Sésamo, No cruces a ciegas, c. 1984.

Ahora que julio arranca envuelto en una atmósfera asfixiante, sólo puedo pensar en que, tal y como cantaban Espinete y Don Pimpón, yo quiero ser marinero. Ser un lobo de mar se antoja lo más acertado para huir de este calor y refugiarse en la fresca brisa marina. Lástima que en sus canciones no informaran también de la cara más negativa de esta romántica profesión.

Barrio Sésamo, Soy marinero, c. 1984.

Nunca he dejado de preguntarme si existirá en España algún niño de los 80 que no sepa que «si mezclo y remuevo azul y amarillo sale el color verde». Porque, pintar así sí que da gusto. Y es que «no es magia, es sencillo».

De la de grafitis caseros que, posiblemente, inspiró este archirrepetido episodio de Barrio Sésamo, mejor no hablamos.

Barrio Sésamo, Pintar sin parar, c. 1984.

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