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Creo que ya lo he dejado caer en más de una ocasión, pero nunca me cansaré de repetir que, si bien existen varios personajes de Barrio Sésamo que aspiran a hacerse con el segundo lugar en la clasificación del más entrañable, el primer puesto, junto con el de más abnegado, a pesar de que todo le salía siempre al revés, es, sin duda, para Coco.

Aunque sus desventuras le acompañan con independencia de su personalidad, nunca me parecieron tan sangrantes como cuando ejercía de Supercoco, quizá el antihéroe por excelencia. Como aquella vez que decidió ayudar a la pequeña Julia Romero, una niña que vivía en la ciudad de Jauja —de lo creíbles que eran los nombres no voy a hablar, al menos hoy—, a quien se le había roto la bolsa mientras volvía de la compra, con nefastas consecuencias para su persona. Como siempre.

Como todas las intervenciones de este héroe de capa púrpura y yelmo de armadura, su aparición viene precedida por dos interrogantes —«¿Es un pájaro? ¿Es un avión?»— y una constatación decepcionante: «No, es Supercoco». Y es que por regla general sus intervenciones, con un accidentado aterrizaje incluido, solían acabar siendo desastrosas. Algo de lo que no se libra en esta desventura en la que, gracias a su supercerebro, ayudó a la pequeña Julia Romero a solucionar su problema con la bolsa del supermercado. A costa, eso sí, de quedarse él con el problema de no saber dónde guardar todos sus cachivaches. Y es que sus superideas casi nunca eran geniales.

Nefastas consecuencias. Como siempre.

Barrio Sésamo, Supercoco, c. 1984.

No quiero finalizar esta experiencia nostálgica sin volver a recordar a uno de los personajes más entrañables de todos los que habitaban Barrio Sésamo. Y es que no hay nadie que pueda resistirse a la hilarante ternura que desprende el desmemoriado Juan Olvido, intentando recordar en una canción cómo conoció a su querida Clementina.

Y es que, aunque haya olvidado todos los detalles, Juan Olvido siempre recordará no sólo aquel día sin par en que nació su hermosa amistad con Clementina, sino su nombre. Y eso, junto a su siempre eterno «lo había olvidado», lo han convertido en un personaje tan adorable que siempre estará en mi memoria. Aunque también yo olvide las letras de sus canciones de vez en cuando.

O quién sabe si precisamente por eso.

Barrio Sésamo, Cómo olvidar aquel día sin par, 1984.

En la mente de todos los que fuimos niños de los 80, el nombre de Epi suele ir ligado indisolublemente al de Blas, así que el vídeo con el que vamos a despedir a estos personajes es casi una auténtica rareza, no sólo porque Epi aparezca sin intentar sacar de sus casillas a su paciente compañero de piso, sino porque, además, intenta un imposible: conseguir que Triki, el inolvidable monstruo de las galletas, renuncie a su comida favorita por una sosa y aburrida zanahoria. Un intento que, por supuesto, acaba con nefastas consecuencias para el bueno de Epi.

Paradójicamente, dicen por ahí, con la llegada del nuevo siglo y la dictadura del correctismo político, Triki ha abrazado la dieta sana y se dedica a ilustrar a los niños acerca de los beneficios de comer frutas y verduras. Aunque coincido en que enseñar a los niños que es necesario mantener una alimentación variada y saludable debe formar parte de su educación, me parece que creer que se dedicarán a comer únicamente galletas porque un monstruo de peluche azul lo hace es subestimar demasiado su inteligencia. La de los niños y la de Triki.

Y, si no lo creen, ya verán cómo acabó el pobre Epi.

Barrio Sésamo, Epi, Triki y las zanahorias, c. 1984.

Aprovechando que hoy es Día de Reyes, quería hacerles una regalito especial en forma de otro de los muchos momentos de Barrio Sésamo que se han quedado grabados en mi memoria. Se trata del día en el que la rana Gustavo, el reportero más dicharachero de Barrio Sésamo, acudía a entrevistar a un conocido compositor que tenía serios problemas para encontrar una palabra para nombrar la pluma que llevaba Johnny en su gorro mientras viajaba a la ciudad montado en su poni. Por suerte, la rana estaba allí para sugerirle el nombre perfecto: Macarroni. Y, claro está, todas las alternativas posibles —y a cada cual más disparatada— para que la rima no resultante no fuese un completo sinsentido.

Sin embargo, como en otros muchos casos, resulta materialmente imposible encontrar este fragmento. Al menos, en español, porque en inglés es otra cosa. Y se entiende a la perfección. Simplemente basta con cambiar Johnny por Yankee Doodle, que el poni y Macarroni siguen camino de la ciudad.

A veces no puedo dejar de pensar que, quizá, estas absurdas entrevistas de Gustavo —no olvidemos al científico que, por ejemplo, descubría una nueva especie animal de largas orejas y nariz arrugada que bautizaba como el gran cuchi cuchi y resultaba ser un simple conejo— sí que influyeron en el nacimiento de mi vocación periodística. Y, claro está, me entra el miedo.

Sesame Street, Don Music writes ‘Yankee Doodle’, c. 1978.

Prácticamente todos los que fuimos espectadores de Barrio Sésamo en los años 80, hoy nos sentiremos identificados con el vecindario que describía esta canción protagonizada por unos cuantos muppets anónimos, en el que todos sus habitantes eran amigos de la solista, que aprovechaba la canción para enseñarnos los oficios habituales que se pueden encontrar en un típico barrio de ciudad. Un barrio en el que todos sus vecinos eran conocidos y se podía salir a la calle a jugar sin ningún temor. Justo como la mayor parte de los barrios de los años 80. O, al menos, como el de mi infancia.

Por lo demás, este vídeo no tiene mayor historia —ni excusa— que la de hacer constar que la niña que interpreta la canción era la misma que otro día, junto a sus vecinos, se disponía a ver un desfile de bandas de música mientras se comía un chupachup de un rojo intenso. El problema era que cada una de las bandas aparecía por un extremo de la calle y tocando una marcha diferente. Al grito de «Un momento, un momento, que vienen por ahí», alertaba del problema, para resolverlo al hacer que ambas formaciones marchasen en el mismo sentido y tocaran la misma canción.

Una solución de sentido común para un vídeo mítico e ilocalizable. Lástima, porque prefiero el caso concreto a la idealización de un barrio neoyorquino que, ni era así, ni nunca lo será.

Barrio Sésamo, En mi barrio estoy, c. 1984.

Capaz de vender cepillos de dientes a una rana, correr los cien metros lisos una y otra vez para enseñar la diferencia entre cerca y lejos o de escalar una montaña para mostrar cómo funciona el eco, no hay duda de que Coco era el personaje más esforzado de todos los teleñecos que habitaban Barrio Sésamo. Incluso en aquellos momentos en que nada le salía bien. Como aquel día que trabajó como cartero que cantaba telegramas.

Pero, conociendo sus andanzas como camarero o en el salvaje oeste, intentando montar a la mítica Jaca Paca saltando desde un segundo piso, está claro que el desastre se veía venir.

Barrio Sésamo, Coco el cartero, c. 1984.

En más de una ocasión ya hemos tenido la oportunidad de rememorar algunas de las surrealistas y accidentadas entrevistas que, a través de la que probablemente fuera una de las primeras pantallas gigantes de la televisión española —si no la primera— hacía la señorita Linda Mirada a toda clase de personajes en El programa de Linda Mirada. Sin embargo, me atrevería a decir que ninguna de ellas fue tan instructiva como aquella en la que el entrañable Monstruo de las Galletas aprovechó que vivía en una mansión fabricada con ese alimento para enseñar a los niños la forma de varios tipos de figuras geométricas.

Eso, por no mencionar que nunca habíamos visto a Triki tan comedido ante un montón de galletas. Hasta que ocurre lo que tenía que ocurrir, claro está.

Barrio Sésamo, Linda Mirada entrevista a Triki, c. 1984.

Pepe Sonrisas era uno de esos eternos secundarios que poblaban los vídeos de los Teleñecos en Barrio Sésamo. Su papel era el de interpretar al encorbatado e histriónico presentador de televisión que lo mismo daba paso a la rana Gustavo, que presentaba un talk show —que en aquella época, en España, se llamaría debate— que toda clase de concursos destinados a inculcar a los niños toda clase de enseñanzas. Como aquel en el que otros personajes habituales intentaban averiguar la identidad de un invitado oculto a través de una serie de preguntas, con desastrosas consecuencias, como solía ser habitual.

Sin embargo, su papel siempre fue tan gris y desagradecido que he sido incapaz de encontrar ni una sola de sus apariciones doblada al español. Pero como no podía cerrar esta bitácora sin dedicar un merecido homenaje a Pepe Sonrisas, les dejo con una entrega original de Mystery Guest que, al menos, nos vendrá muy bien para practicar nuestro siempre problemático inglés.

Sesame Street, Mystery Guest, c. 1978.

Ayer fue el cumpleaños de mi primo y, no sé por qué, en estos diez años casi siempre me ha cogido fuera de la Isla. Esta vez, sin ir más lejos, llegué casi a media tarde a la celebración, después de haber asistido en los dos días anteriores a una nueva edición del EBE. Mientras estaba en el Aeropuerto de Sevilla, esperando para embarcar, no pude evitar acordarme de lo que ocurrió a comienzos de este año, justo cuando comenzaba a madurar la idea de comenzar con este blog.

Una tarde, estaba buceando entre los cientos de vídeos de Barrio Sésamo que esconde YouTube cuando me encontré con la curiosa e inolvidable desventura en la que Tío Pepe intenta ir a buscar agua al río, pero no puede porque hay un agujero en el cubo, y la Tía Pepa intenta darle una solución, sin éxito ya que, tras cada consejo encuentra un nuevo problema que amenaza con acabar con la paciencia de la pobre mujer y la integridad de la mecedora en la que estaba sentada.

Su reacción fue, después de conseguir calmarse del ataque de risa que le provocó la historieta, obligarme a poner el vídeo a todo el que apareció esa tarde por mi casa. Luego, encargarse de localizarlo en YouTube para hacer él mismo lo propio con quien apareciera por la suya o por cualquier otro lugar con acceso a Internet. Ahora, casi once meses después, aún se sabe de memoria todos los gestos de la Tía Pepa. Y, por supuesto, la machacona canción.

Tras atraerlo a la secta de los Muppets, he conseguido enganchado a Fraguel Rock. Se muere de risa cada vez que Sproket aparece en pantalla.

Barrio Sésamo, Tío Pepe y Tía Pepa, c. 1984.

Hoy voy a ser muy breve. Lo justo para decir que siempre odié al Conde Draco, esa marioneta con forma de vampiro y alma de profesor de matemáticas que se pasaba el día contando todo lo que se podía contar y, si lo dejaban, también lo que no se podía. Hacia adelante y hacia atrás. Daba igual. Donde hubiese algo que contar ahí estaba Draco y sus relámpagos al llegar a diez. Aunque eso suponga desquiciar a la cándida señorita Linda Mirada.

Barrio Sésamo, Linda Mirada entrevista al Conde Draco, c. 1984.

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