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Si algo me llamó siempre la atención de los gremlins, aquellos malvados y asquerosos seres verdes que nacían de los mogwais cuando comían después de la media noche, mucho más allá de sus ansias por destruirlo todo, era la fascinación que sentían por el clásico de Disney Blancanieves.

Porque en esta película en la que un padre regalaba a su hijo adolescente un adorable mowgai llamado Gizmo por Navidad, estaba claro que todo se iba a liar justo desde el momento en el que se enunciaban las tres reglas esenciales que la responsabilidad de cuidar a uno de estos inusuales seres requiere: no dejar que le dé la luz del sol, no mojarlo y, sobre todo, no darle de comer después de medianoche. Incumplidas las tres, cualquier cosa vale para acabar con los malvados gremlins. Desde cocinarlos en el microondas a triturarlos con la batidora, pasando por incendiar el cine donde, adorables ellos, tararean presas de la fascinación el archiconocido Hi Ho de los Siete Enanitos.

Sin duda, un nada navideño clásico de Navidad que este año he echado bastante de menos. Sobre todo aquella escena en la que estos adorables monstruitos atacaban a Papá Noel. Pero contar el porqué sería salirme del tema.

Los Gremlins, Los gremlins ven ‘Blancanieves’, 1984.

De acuerdo en que muy probablemente se trata de un anuncio de los años 70, pero no podrán negarme que este soniquete navideño que nos llegó gracias a esa bebida que decía ser la chispa de la vida es uno de los recuerdos navideños por excelencia también de quienes nos criamos una década más tarde, tanto que ha eclipsado a la mayoría de las múltiples y espectaculares campañas publicitarias navideñas que ha lanzado la compañía con posterioridad.

Y, ya que estamos en Navidad, no se me ocurre un vídeo mejor para transmitir mis deseos de paz y felicidad que aquel que se iniciaba con un inolvidable «Al mundo entero quiero dar / un mensaje de paz / y junto al árbol revivir / la alegre Navidad / (La chispa de la vida)».

Así que ya lo saben: ¡Feliz Navidad!

Coca Cola, Un mensaje de paz, Años 70.

Durante una década y media, cada Navidad los rostros más populares de Televisión Española dejaron a un lado la vergüenza y la seriedad y se transformaron en estrellas de la música por una noche para interpretar algunos de los temas más famosos de todos los tiempos. Entre 1990 y 1994, Telepasión española se convirtió en un auténtico clásico de la Nochebuena —salvo en sus dos primeras ediciones, que se emitieron en Nochevieja—, en el que pudimos disfrutar desde la profunda voz de Constantino Romero cantando C’est magnifique a dúo con Joaquín Prat a Julia Otero cantando Blue Moon, pasando por la inclasificable interpretación de Si tú me dices ven a cargo de Beatriz Pecker o la divertida versión de Singing in the rain del equipo de meteorología de TVE.

Sin embargo, si por algo se recuerda la emisión de la primera emisión de Telepasión es por el tema coral que interpretaron todas las estrellas de la cadena —incluido el inexplicable fantasma con boina del que hablábamos el otro día— en el que, en medio de una época convulsa —estaba a punto de inicarse la primera Guerra del Golfo— pedían que no se acabara el mundo. A pesar de la canción, el mundo no se acabó y el tema, pese a sus fallos —o precisamente gracias a ellos— es uno de esos recuerdos que nos hacen esbozar más de una sonrisa.

Telepasión española, Que no se acabe el mundo, 1990.

La Navidad de 1984 fue un tanto extraña. Al menos, eso es lo que me dicen los recuerdos de un niño a punto de cumplir seis años, que disfrutó con cierto asombro de una programación matinal especial en la primera cadena de Televisión Española entre los días 24 de diciembre y 4 o 5 de enero, algo no sólo impensable sino también imposible en la época actual.

El protagonista de esta programación navideña era Mazapán, un programa plagado de todo tipo de secciones destinadas a entretener a los más pequeños de la casa en una época en la que su único pensamiento se esfuerza en analizar lo lento que pasa el tiempo cuando tu único deseo es que el Día de Reyes llegue cuanto antes. Según cuentan algunas crónicas tan nostálgicas como este blog, durante el programa, que estaba presentado por Torrebruno y Teresa Rabal, cada día se emitía un largometraje japonés de animación, en lo que, sin duda, constituye otra rareza más de la televisión de aquella época.

«Veo veo» y «Can-can» de Teresa Rabal

«Veo veo» y «Can-Can». Parece que los éxitos de Teresa Rabal iban de repetir palabras.

Sin embargo, mi único recuerdo de ese programa consiste en ver a Teresa Rabal en medio de un escenario de aspecto circense y actitud completamente histriónica, cantando en rigurosa playback canciones como Chincha Rabiña, La escalera de mi casa, Me pongo de pie, De oca a oca, o su particular y archiconocida —al menos en aquella época— versión del Can-Can. Un recuerdo probablemente reforzado por las dos cintas de casete que anteceden este párrafo y que, tal y como demuestra la fotografía, tomada hace apenas dos semanas, aún conservo en perfecto estado de revista.

Pura nostalgia infantil y navideña.

TVE, Mazapán (programa completo), 1984-1985.

«Vuelve la Navidad,
Atrás quedó la distancia.
Y una madre con nostalgia
Recuerda su felicidad.

Vuelve, vuelve,
Vuelve a casa,
Al hogar»

Durante muchos años, en España la Navidad no empezaba hasta que los turrones de El Almendro no hacían su aparición en la pequeña pantalla. Su historia, no por repetitiva —pues, aunque cambiaban los personajes, cada año era la misma—, dejaba de emocionar a los espectadores. Tanto que, aún hoy, todavía seguimos diciendo eso de que somos como El Almendro cuando volvemos a casa por Navidad.

Eso sí, a la tercera repetición, este anuncio —casi el más emotivo que recuerdo, no en vano madre no hay más que una— ya comienza a ser cansino.

Turrones El Almendro, Vuelve a casa por Navidad, 1987.

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