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«Correcaminos, eres mas veloz que un jet
Pobre Coyote, ya no sabe ni que hacer
Tonto Coyote, tú lo vas a enloquecer
Y en el desierto lo vas a matar de sed»

El Correcaminos siempre fue mi personaje favorito de todos los que poblaban el universo de los Looney Tunes. Su habilidad para escapar de todas las trampas —marca ACME— que le ponía Will E. Coyote y lograr —o no, que tal vez eso era natural— que se volvieran en contra de su perseguidor era algo que siempre me asombró. Por ello, la serie que protagonizaban esta pareja —y que creo recordar que se emitía los jueves a mediodía en la Segunda Cadena allá por la mitad de los años 80— era mi preferida, junto a la que recordaré la próxima semana, y todavía hoy ambas constituyen dos de los recuerdos más entrañables que guardo de aquella época.

Y eso que la estructura de El show del Correcaminos no era nada del otro mundo. Tan sólo dos cortos protagonizados por el veloz pájaro y el desdichado Coyote, separados por otro en el que la estrella era cualquier otro de los personajes clásicos de la Warner Bros., aunque por lo general solían ser Piolín y Silvestre. Pero, para mí, lo verdaderamente importante era descubrir de qué modo iba a ver frustrados sus planes el Coyote.

Con el paso del tiempo mis simpatías han ido cambiando y, aunque estos dos personajes me siguen gustando tanto como antaño, he descubierto que la chulería del Correcaminos —me paro mientras preparas tu trampa, saco la lengua, hago «bip-bip», y sigo corriendo mientras te cae una roca encima, el cartucho de dinamita te estalla en las manos o caes por un precipicio— ya no me cae tan bien y el pobre Coyote comienza a darme tanta pena que deseo con todas mis fuerzas que un día, tan sólo por un día, consiga atrapar al odioso Correcaminos.

Pero eso nunca ocurre y, tal y como decía la inolvidable canción con la que se abría este programa, «ni a base de golpes quiere entender [que] si sigue con sus tontas trampas se va a matar».

El show del Correcaminos, Créditos de apertura, 1966-1968.

Durante un buen rato he barajado titular esta entrada «El niño que conducía el bólido de la Pantera Rosa», pero finalmente consideré que era un spoiler demasiado explícito, aunque sólo lo fuera de la secuencia inicial de este espacio de dibujos animados protagonizado por el personaje que surgió de los créditos de la película homónima y se consagró en esta serie en la que vivía toda clase de desventuras, puesto que la identidad del conductor del futurista deportivo que recoge a la exquisita e indolente —al menos esa imagen es la que siempre me transmitió— Pantera Rosa y al Inspector Clouseau se conoce justo cuando llegan al teatro en el que se proyecta su particular show.

Iba a escribir, también, que sólo recordaba las secuencias iniciales y finales de la serie, gracias al coche o al hecho de que, al terminar la función, el joven chófer arranca cuando solo tiene como pasajero al Inspector y la desdichada Pantera, que si no había sufrido poco a lo largo de las historietas del capítulo, se ve obligada a salir corriendo tras su propio automóvil. Iba a escribir, por tanto, que sólo recordaba esas imágenes y, por supuesto, su pegadiza y marchosa melodía —nada que ver con el tema de la Pantera Rosa original, de Henry Mancini, y que se repetía machaconamente en todas las historietas, y que también es magnífico, ojo—, pero seguramente mentiría.

Porque, aunque es probable que no recuerde el argumento completo de ni una sola de las historias que aparecían en los capítulos de esta serie, hay imágenes como la de una desesperada Pantera intentando pintar de rosa todo lo que una misteriosa y puñetera mancha verde pintaba de ese color o la de la desdichada protagonista convertida en una esponjosa e ingrávida bola de pelo rosa tras salir de una lavadora en la que no recuerdo muy bien por qué cayó son inolvidables.

Y después de recordarlas, toca tararear la canción de su show. Una y otra vez. Como si no hubiera un mañana.

El show de la Pantera Rosa, Créditos de apertura y cierre, 1969-1972.

¿Se imaginan cómo sería descubrir el mundo de la ópera a través de una aventura protagonizada por Bugs Bunny y el cazador Elmer? Pues posiblemente, el resultado sería algo tan surrealista a la vez que hipnótico como la peculiar versión que interpretaban el corto El conejo de Sevilla. Les aseguro que desde que lo vi por primera vez, la obertura de la conocida ópera de Rossini, tantas veces usada en el cine, ya nunca me ha sonado igual.

En mi cabeza, siempre, las voces con acento latino de Bugs y Elmer —«Dime dónde está el conejo.» «¿Para qué quieres al conejo? No ves que soy más bonita y que soy españolita. Si me haces el amor, yo te voy a cuidar y te voy a adorar—. Inolvidable.

Si les apetece, aquí lo tienen al completo. No se arrepentirán. Cada escena es mejor que la anterior.

Looney Tunes, El conejo de Sevilla (Fragmento), 1950.

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