Aunque hace unas semanas confesaba mi animadversión hacia los libros de Elige tu propia aventura, propiciada sin duda por su tendencia a dejarme fuera de la historia a las primeras de cambio, hoy debo reconocer que existía otra colección interactiva de la editorial Timun Mas a la que era bastante más aficionado. Se trata de Resuelve el misterio, una serie de libros protagonizados por Amy Adams y Lince Collins, dos jóvenes —y bastante feos, a juzgar por las fotos que ilustraban el recorte de prensa que, a modo de prólogo, abría cada volumen— estudiantes de la ciudad de Lakewood Hills que se dedicaban a resolver toda clase de misterios que se producían en esta ficticia ciudad.
Así, cada libro proponía ocho o nueve casos en los que, tras exponer el misterio y presentar a los sospechosos y sus posibles motivaciones, se dejaba al lector la tarea de solucionarlos. Para ello, había que encontrar la respuesta al par de preguntas con las que acababa cada historia, con la ayuda de un dibujo de la escena del crimen hecho por alguno de los dos niños detectives en su eterno cuaderno o de algún documento proporcionado por algún otro personaje. Si la solución se resistía o, simplemente, queríamos comprobar que nuestra deducción era correcta, tan sólo había que ir a las páginas del final y, con la ayuda de un espejo y adoptando una postura de contorsionista, leer la resolución del caso en una página escrita al revés.
Estos libros amarillos de Resuelve el misterio siempre me gustaron más que los rojos de Elige tu propia aventura, no sólo porque las historias de misterio y detectives siempre me han atraído más que las de aventura pura y dura, sino porque casi siempre fui capaz de resolver más de la mitad de los casos la primera vez que leía cada libro. En la segunda lectura, no me pregunten por qué, jamás tuve la necesidad de recurrir al espejo para solucionar ninguno.