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«Te sientes bien
Estás muy bien
Puedes llegar
Inténtalo, te vamos a ayudar»

Hoy se cumplen 365 días desde que comencé con este proyecto. Un tiempo en el que no he faltado ni una sola vez a la cita diaria con esta bitácora que inicié hace justo un año. Y, ahora que hemos llegado al final, no se me ocurre una canción con la que pueda sentirme más identificado en estos momentos que la segunda parte de que servía de sintonía a aquellos míticos anuncios con los que Gillette recuperó la hegemonía en el mercado del afeitado masculino.

Porque, después de afirmar los valores familiares asegurando que de padres a hijos seguían un rumbo fijo, lo suyo era reforzar la parte competitiva recordándote que en todo lo que emprendes tú eres el mejor. Y no sé si esa afirmación será verdad, pero hoy, que esta aventura —a falta del epílogo que pueda llegar mañana— alcanza su final, sólo se que, tal y como dice la canción, me siento bien. Estoy muy bien. Pude llegar. Que el anuncio hiciera que todos los niños de entonces —inconscientes que éramos— deseáramos alcanzar la edad suficiente para poder afeitarnos es lo de menos.

Reto superado. Felicidad.

Gillette, Lo mejor para el hombre, c. 1989.

Hace unos meses, hablaba por aquí acerca de los valores que, en ocasiones, puede ayudar a inculcar en sus destinatarios la publicidad, con independencia —o a pesar— de que su finalidad primordial sea dar a conocer un producto y tratar de venderlo. En aquel entonces lo hacía al hilo de un mítico anuncio de Cola Cao en el que un niño que da sus primeros pasos en la cancha mira con admiración al jugador que le descubre los secretos del baloncesto.

Como se trata de una campaña que recuerdo con cierto cariño y, además, la vinculaba de alguna forma con la difusión de valores positivos, no quería acabar esta experiencia bloguera sin rescatar el otro anuncio que formaba parte de la misma. El que hace que ni tan siquiera pueda ser acusada de machista, porque ese afán de superación que subyace a toda iniciación se trasladaba a la niña que era ayudada por la patinadora a la que admiraba a dar sus primeras piruetas sobre la pista de hielo, para acabar ante «un gran tazón de Cola Cao lleno de energía y sabor» y la consabida pregunta «Tú tomas mucho Cola Cao, ¿verdad?». Vale que podrían haber buscado otros deportes. O poner a la chica a jugar al fútbol. Pero, entiéndanlo, para bien y para mal, eran los 80. No le podemos pedir más.

Y sí, reconozco que se me quedan muchos otros anuncios en el tintero y que hablar de este suena un poco a repetición —y que me perdonen Las Tacañonas—, pero, qué quieren que les diga, son mis recuerdos, esto se acaba y se merecía aparecer aquí. Y hacerlo casi al final.

Cola Cao, Tú tomas mucho Cola Cao, ¿verdad?.

No tengo muy claro si la emisión de este anuncio en España se encuadra todavía en la década de los 80 o pertenece ya a los 90. Aunque llegó a España en 1984, apenas dos años después de su debut en el mercado estadounidense y la locución la presenta como «la nueva Coca Cola Light», mi memoria —con todo lo engañosa que puede llegar a ser— y algunas fuentes se empeñan en situarlo hacia 1990.

Al menos este, el original. En el que un nutrido grupo de oficinistas pierden cualquier tipo de inhibición al descubrir que son las once y media. Lo que ellas llaman «La hora Coca Cola Light», el momento del día en el que el fornido trabajador de la obra de enfrente se toma su descanso reglamentario y se refresca, camiseta fuera, con la (no tan) azucarada bebida. Y que unió indisolublemente esa hora —«Las once y media»— al refresco. Un —el— ejemplo de publicidad inversa, que huyendo de cosificar a la mujer, cosifica al hombre y provoca la paradoja de estereotipar a la mujer todavía más.

Pese a todo, la campaña fue un éxito reinterpretado por la compañía casi hasta la extenuación, aunque siempre con la inconfundible banda sonora de Etta James. Pero ya sabemos que Coca Cola es así (y, aunque se haya quedado fuera, ese anuncio sí que es de los 80).

Coca Cola, La hora Coca Cola Light, c. 1990.

En los años 80, la ONCE fue pionera —al menos en mi recuerdo— en crear una gran expectación en torno a las novedades que iba incorporando a su sorteo. La forma de hacerlo fue algo tan repetido desde entonces como novedoso en aquella época: emitir un primer anuncio gancho en el que no se cuenta nada. Ni tan siquiera la marca o empresa que se anuncia. Tan sólo una interminable fila de personas que atraviesa lugares emblemáticos y ciudades enteras y una promesa: «El próximo 1 de octubre en este país va a ocurrir algo que traerá cola».

Organización Nacional de Ciegos, Traerá cola, 1987.

Y dejar que la gente se devane los sesos intentando averiguar qué será. Y que lo comenten con el vecino del quinto, con el camarero cuando va a tomarse el cortado de media mañana y con su señora o señor a la hora de comer. Hasta que, días más tarde, llega la solución, en un segundo anuncio, en forma del –por aquel entonces— nuevo y revolucionario cuponazo de la ONCE. Y, de nuevo, la inmensa cola de personas que, presa de la impresión causada por los premios del renovado cupón, se derrumbaba como una fila de indefensas fichas de dominó.

No son los únicos que han usado esta estrategia. Y creo recordar que tampoco fue la única vez, pero, quizá, sí la más impactante. La que creó escuela.

Organización Nacional de Ciegos, Juegue al nuevo cupón de la ONCE. El cuponazo, 1987.

Posiblemente los anuncios que protagonizaba el director general de CAMP, Manuel Luque, junto a su marcado acento —que tanto nos recuerda hoy al de Bono, José, no el otro— para intentar promocionar el detergente estrella de su compañía sean uno de los mejores ejemplos de lo que no hay que hacer en publicidad. Y, sin embargo, triunfaron.

Prueba de ello es que se rodaron (y emitieron) muchos. Y todos iguales —de hecho, el que he encontrado no es el original—: un tambor de Colón, Luque en su despacho y su sempiterna frase, que aún hoy sigue siendo repetida hasta la saciedad como uno de los mejores —o, al menos, más recordados— y más efectivos eslóganes de la historia de la publicidad en Ejpaña, perdón, España: «Busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo». Muy seguro tienes que estar de las bondades de tu producto para pedir a tus clientes que lo comparen con la competencia y, si aquella les convence más, te dejen de comprar.

Posiblemente, en cuanto a presentación y mensaje, era la antipublicidad personificada, pero funcionó. Es más, todavía hoy funciona.

Colón fórmula extra, «Busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo».

A finales de los años 80, la sociedad occidental comenzaba a descubrir lo que era el sida y los prejuicios acerca de esa enfermedad campaban a sus anchas entre la opinión pública. Por ello, campañas de información como la emprendida por el Ministerio de Sanidad para divulgar qué conductas daban o no sida causaron cierto revuelo a la vez que abrían los ojos de muchas personas, quizá llenas de prejuicios tras la muerte, a causa de esta enfermedad, del actor Rock Hudson.

En mi caso personal, esta campaña se me quedó grabada en la memoria, además de por el anuncio de televisión, por unos folletos en los que esos mismos personajes informaban de qué actividades cotidianas podían transmitir el virus causante de la enfermedad y cuáles eran completamente inocuas. Curiosamente —y creo que por eso nunca lo olvidaré— estudiamos esos folletos para elaborar un trabajo sobre el sida para la asignatura de Religión de Séptimo de E.G.B., un curso en el que el contenido de esa materia —afortunadamente— estuvo más dedicado a la ética que a la moral católica.

El resto del país y al igual que ocurrió con el «Póntelo, pónselo», probablemente recuerde mucho más el eslogan del «si da, no da» por la polémica que generó su emisión. Y es que, entonces como ahora, existían muchos colectivos que preferían imponer sus ideas y que los demás vivieran en la más absoluta ignorancia y sometidos a su voluntad.

Ministerio de Sanidad y Consumo, No cambies tu vida por el Sida, 1988.

Si en los años 80, una época en la que los videojuegos aún no habían alcanzado la popularidad —y hegemonía— que disfrutan en los últimos años, existía un juguete que prácticamente todos los niños desearan encontrar junto a su zapato en la mañana de Reyes, ese era el Scalextric. Aunque, como casi todos los niños, yo también era un apasionado de esas pistas de coches cuyos mandos empezaban a oler a cable quemado apenas cinco minutos después de comenzar a jugar sin que por ello pasara nada, tengo que confesar que no me encontraba en el grupo de los que cada 6 de enero se levantaban deseando que los Reyes Magos les hubiesen dejado un Scalextric.

Porque yo ya tenía uno. Y, lo que es mejor, lo sigo teniendo. Y el Ford Scort con el que Carlos Sainz corrió el Campeonato Mundial de Rallies. Con luces y tracción a las cuatro ruedas. Pero ese accesorio, me temo, ya es mucho más de los 90.

Scalextric, Escuela de campeones, 1986.

Encaramos este primer jueves de 2014 y última cita con la publicidad de este blog antes de la llegada de sus Majestades los Reyes Magos de Oriente con un anuncio de uno de los regalos antonomasia. Porque, ya me dirán quién no se ha encontrado alguna vez unos calzoncillos —o braguitas Princesa, si son ellas o tienen gustos diferentes— entre sus regalos en la mañana del 6 de enero. Es más, me atrevería a asegurar que, en caso de respuesta afirmativa, la proporción de los que diría que eran Abanderado sería muy elevada.

Y es que, mientras tengamos madres y novias o esposas, esta prenda será tan socorrida como la posibilidad de aumentar nuestras existencias de ropa interior a través de los regalos de Reyes, cumpleaños o aniversarios varios, elevada. Porque, pese al más que tufillo machista que desprende la pegajosa cancioncilla de este viejo anuncio, la cruda realidad es que todavía hoy «Los hombres usan Abanderado, porque las mujeres compran Abanderado».

Pero no me atrevo yo a contestar, ni mucho menos tan rotundo como en el anuncio, «¡Muy bien!».

Abanderado, Los hombres usan Abanderado, porque las mujeres compran Abanderado.

Los años 80 enfilaban su recta final cuando Pippin, una adorable perra a la que su dueño, abducido por los rayos catódicos que emitía su televisor, ignoraba, se ganó la simpatía y el cariño de toda España al protagonizar una campaña de Televisión Española que buscaba enseñar a consumir contenidos audiovisuales con moderación. En ella, harta de que su joven dueño no le haga el menor caso y presa de una honda —y contagiosa— tristeza, Pippin decide hacer la maleta y marcharse de casa.

Y es que, tal y como decía el recordado Constantino Romero en uno de los dos anuncios que integraban la parte de esta iniciativa dirigida a los más jóvenes de la casa, «Si tu mejor amigo ya no quiere estar contigo, ¿no será que ves demasiado la televisión?». Una campaña que, desgraciadamente, hoy sería prácticamente imposible de desarrollar.

Por cierto, el éxito de Pippin fue tan grande que esa Navidad protagonizó otro anuncio institucional con el que TVE felicitó las fiestas a sus espectadores y en el que, al fin, recuperaba la alegría. Como verán, nada que ver con el odioso Pancho de la Primitiva.

TVE, Maleta (Aprenda a usar la televisión), 1988.

De acuerdo en que muy probablemente se trata de un anuncio de los años 70, pero no podrán negarme que este soniquete navideño que nos llegó gracias a esa bebida que decía ser la chispa de la vida es uno de los recuerdos navideños por excelencia también de quienes nos criamos una década más tarde, tanto que ha eclipsado a la mayoría de las múltiples y espectaculares campañas publicitarias navideñas que ha lanzado la compañía con posterioridad.

Y, ya que estamos en Navidad, no se me ocurre un vídeo mejor para transmitir mis deseos de paz y felicidad que aquel que se iniciaba con un inolvidable «Al mundo entero quiero dar / un mensaje de paz / y junto al árbol revivir / la alegre Navidad / (La chispa de la vida)».

Así que ya lo saben: ¡Feliz Navidad!

Coca Cola, Un mensaje de paz, Años 70.